Gabriel García Márquez
Gabriel
García Márquez nació en Aracataca (Magdalena), el 6 de marzo de 1927. y
falleció el 17-04-2014.
Creció como
niño único entre sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el
telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir,
cuando Gabriel sólo contaba con cinco años, a la población de Sucre, donde don
Gabriel Eligio montó una farmacia y donde tuvieron a la mayoría de sus once
hijos.
Los abuelos
eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo literario del
futuro Nobel: el coronel Nicolás
Márquez, veterano de la guerra de los Mil
Días, le contaba al pequeño Gabriel infinidad de historias de su juventud y de
las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine, y fue su
cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilina Iguarán,
su cegatona abuela, se la pasaba siempre contando fábulas y leyendas
familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo
con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica,
supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías la que más lo marcó
fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.
Gabriel
García Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori
de Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se
enamoró: fue la primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba, le
daban ganas de besarla: le inculcó el gusto de ir a la escuela, sólo por verla,
además de la puntualidad y de escribir una cuartilla sin borrador.
En ese
colegio permaneció hasta 1936, cuando murió el abuelo y tuvo que irse a vivir
con sus padres al sabanero y fluvial puerto de Sucre, de donde salió para
estudiar interno en el colegio San José, de Barranquilla, donde a la edad de
diez años ya escribía versos humorísticos. En 1940, gracias a una beca, ingresó
en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá, una experiencia realmente
traumática: el frío del internado de la Ciudad de la Sal lo ponía melancólico,
triste. Permaneció siempre con un enorme saco de lana, y nunca sacaba las manos
por fuera de sus mangas, pues le tenía pánico al frío.
Sin embargo,
a las historias, fábulas y leyendas que le contaron sus abuelos, sumó una
experiencia vital que años más tarde sería temática de la novela escrita
después de recibir el premio Nobel: el recorrido del río Magdalena en barco de
vapor.
En Zipaquirá tuvo como profesor de literatura, entre 1944 y 1946, a
Carlos Julio Calderón Hermida, a quien en 1955, cuando publicó La hojarasca, le
obsequió con la siguiente dedicatoria: "A mi profesor Carlos Julio Calderón
Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera".
Ocho meses antes de la entrega del Nobel, en la columna que publicaba en quince
periódicos de todo el mundo, García Márquez declaró que Calderón Hermida era
"el profesor ideal de Literatura".
En los años
de estudiante en Zipaquirá, Gabriel García Márquez se dedicaba a pintar gatos,
burros y rosas, y a hacer caricaturas del rector y demás compañeros de curso.
En 1945 escribió unos sonetos y poemas octosílabos inspirados en una novia que
tenía: son uno de los pocos intentos del escritor por versificar. En 1946
terminó sus estudios secundarios con magníficas calificaciones.
Estudiante
de leyes
En 1947,
presionado por sus padres, se trasladó a Bogotá a estudiar derecho en la
Universidad Nacional, donde tuvo como profesor a Alfonso López Michelsen y
donde se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La capital del país fue para
García Márquez la ciudad del mundo (y las conoce casi todas) que más lo
impresionó, pues era una ciudad gris, fría, donde todo el mundo se vestía con
ropa muy abrigada y negra. Al igual que en Zipaquirá, García Márquez se llegó a
sentir como un extraño, en un país distinto al suyo: Bogotá era entonces
"una ciudad colonial, (...) de gentes introvertidas y silenciosas, todo lo
contrario al Caribe, en donde la gente sentía la presencia de otros seres
fenomenales aunque éstos no estuvieran allí".
El estudio
de leyes no era propiamente su pasión, pero logró consolidar su vocación de
escritor, pues el 13 de septiembre de 1947 se publicó su primer cuento, La
tercera resignación, en el suplemento Fin de Semana, nº 80, de El Espectador,
dirigido por Eduardo Zalamea Borda (Ulises), quien en la presentación del
relato escribió que García Márquez era el nuevo genio de la literatura colombiana;
las ilustraciones del cuento estuvieron a cargo de Hernán Merino. A las pocas
semanas apareció un segundo cuento: Eva está dentro de un gato.
En la
Universidad Nacional permaneció sólo hasta el 9 de abril de 1948, pues, a
consecuencia del "Bogotazo", la Universidad se cerró indefinidamente.
García Márquez perdió muchos libros y manuscritos en el incendio de la pensión
donde vivía y se vio obligado a pedir traslado a la Universidad de Cartagena,
donde siguió siendo un alumno irregular. Nunca se graduó, pero inició una de
sus principales actividades periodísticas: la de columnista. Manuel Zapata
Olivella le consiguió una columna diaria en el recién fundado periódico El
Universal.
El Grupo de
Barranquilla
A principios
de los años cuarenta comenzó a gestarse en Barranquilla una especie de
asociación de amigos de la literatura que se llamó el Grupo de Barranquilla; su
cabeza rectora era don Ramón Vinyes.
El "sabio catalán", dueño de una
librería en la que se vendía lo mejor de la literatura española, italiana,
francesa e inglesa, orientaba al grupo en las lecturas, analizaba autores,
desmontaba obras y las volvía a armar, lo que permitía descubrir los trucos de
que se servían los novelistas. La otra cabeza era José Félix Fuenmayor, que
proponía los temas y enseñaba a los jóvenes escritores en ciernes (Álvaro
Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, entre otros) la manera de no
caer en lo folclórico.
Gabriel
García Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a
Barranquilla cada vez que podía. Luego, gracias a una neumonía que le obligó a
recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en
El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el
encabezado de "La girafa" y firmada por "Septimus".
Con su hijo
y su esposa
En el
periódico barranquillero trabajaban Cepeda Samudio, Vargas y Fuenmayor. García
Márquez escribía, leía y discutía todos los días con los tres redactores; el
inseparable cuarteto se reunía a diario en la librería del "sabio
catalán" o se iba a los cafés a beber cerveza y ron hasta altas horas de
la madrugada. Polemizaban a grito herido sobre literatura, o sobre sus propios
trabajos, que los cuatro leían. Hacían la disección de las obras de Defoe, Dos
Passos, Camus, Virginia Woolf y William Faulkner, escritor este último de gran
influencia en la literatura de ficción de América Latina y muy especialmente en
la de García Márquez, como él mismo reconoció en su famoso discurso "La
soledad de América Latina", que pronunció con motivo de la entrega del
premio Nobel en 1982: William Faulkner había sido su maestro. Sin embargo,
García Márquez nunca fue un crítico, ni un teórico literario, actividades que,
además, no son de su predilección: él prefirió y prefiere contar historias.
En esa época
del Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores rusos,
ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista, pero
también, en compañía de sus tres inseparables amigos, analizó con cuidado el
nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos años fue de completo
desenfreno y locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al
dentista Eduardo Vila Fuenmayor y que se convirtió en un sitio mitológico en el
que se reunían los miembros del Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era
posible allí, hasta las trompadas entre ellos mismos.
También fue
la época en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielos,
edificio de cuatro pisos, ubicado en la calle del Crimen, que alojaba también
un prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la noche;
entonces le daba al encargado sus mamotretos, los borradores de La hojarasca, y
le decía: "Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía.
Por la mañana te traigo plata y me los devuelves".
Los miembros
del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy fugaz, Crónica, que
según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes intelectuales. El
director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel García Márquez, el
ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron, entre otros, Julio
Mario Santo domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández y Gonzalo
González.
Periodismo y
literatura
A principios
de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada entonces La
casa, acompañó a doña Luisa Santiaga al pequeño, caliente y polvoriento
Aracataca, con el fin de vender la vieja casa en donde él se había criado.
Comprendió entonces que estaba escribiendo una novela falsa, pues su pueblo no
era siquiera una sombra de lo que había conocido en su niñez; a la obra en
curso le cambió el título por La hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca,
sino Macondo, en honor de los corpulentos árboles de la familia de las
bombáceas, comunes en la región y semejantes a las ceibas, que alcanzan una
altura de entre treinta y cuarenta metros.
En febrero
de 1954 García Márquez se integró en la redacción de El Espectador, donde
inicialmente se convirtió en el primer columnista de cine del periodismo
colombiano, y luego en brillante cronista y reportero. El año siguiente
apareció en Bogotá el primer número de la revista Mito, bajo la dirección de
Jorge Gaitán Durán.
Duró sólo
siete años, pero fueron suficientes, por la profunda influencia que ejerció en
la vida cultural colombiana, para considerar que Mito señala el momento de la
aparición de la modernidad en la historia intelectual del país, pues jugó un
papel definitivo en la sociedad y cultura colombianas: desde un principio se ubicó
en la contemporaneidad y en la cultura crítica. Gabriel García Márquez publicó
dos trabajos en la revista: un capítulo deLa hojarasca, el Monólogo de Isabel
viendo llover en Macondo (1955), y El coronel no tiene quien le escriba(1958).
En realidad, el escritor siempre ha considerado que Mito fue trascendental; en
alguna ocasión dijo a Pedro Gómez Valderrama: "En Mito comenzaron las
cosas".
En ese año
de 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación
de Escritores y Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje, por
entregas, Relato de un náufrago, el cual fue censurado por el régimen del
general Gustavo Rojas Pinilla, por lo que las directivas de El Espectador
decidieron que Gabriel García Márquez saliera del país rumbo a Ginebra, para
cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde el papa Pío
XII aparentemente agonizaba. En la capital italiana asistió, por unas semanas,
al Centro Sperimentale di Cinema.
Rondando por
el mundo
Cuatro años
estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y recorrió
Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión
Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en precarias
condiciones, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le
escriba yLa mala hora, vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El
Espectador debía enviar pero que demoraba debido a las dificultades del diario
con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel, donde
se relata la desesperanza de un viejo oficial de la guerra de los Mil Días
aguardando la carta oficial que había de anunciarle la pensión de retiro a que
tiene derecho. Además, fue corresponsal de El Independiente, cuando El Espectador
fue clausurado por la dictadura, y colaboró también con la revista venezolana
Élite y la colombianísima Cromos.
Su estancia
en Europa le permitió a García Márquez ver América Latina desde otra
perspectiva. Le señaló las diferencias entre los distintos países
latinoamericanos, y tomó además mucho material para escribir cuentos acerca de
los latinos que vivían en la ciudad luz. Aprendió a desconfiar de los
intelectuales franceses, de sus abstracciones y esquemáticos juegos mentales, y
se dio cuenta de que Europa era un continente viejo, en decadencia, mientras
que América, y en especial Latinoamérica, era lo nuevo, la renovación, lo vivo.
A finales de
1957 fue vinculado a la revista Momento y viajó a Venezuela, donde pudo ser
testigo de los últimos momentos de la dictadura del general Marcos Pérez
Jiménez. En marzo de 1958, contrajo matrimonio en Barranquilla con Mercedes
Barcha, unión de la que nacieron dos hijos: Rodrigo (1959), bautizado en la
Clínica Palermo de Bogotá por Camilo Torres Restrepo, y Gonzalo (1962). Al poco
tiempo de su matrimonio, de regreso a Venezuela, tuvo que dejar su cargo en
Momento y asumir un extenuante trabajo en Venezuela Gráfica, sin dejar de
colaborar ocasionalmente en Élite.
Pese a tener
poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado fue premiado. En
1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias cubana
Prensa Latina.
En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue
trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los cubanos exiliados
y finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a
vivir a México. No sobra decir que, luego de esa estadía en Estados Unidos, el
gobierno de ese país le denegó el visado de entrada, porque, según las
autoridades, García Márquez estaba afiliado al partido comunista. Sólo en 1971,
cuando la Universidad de Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa,
le dieron un visado, aunque condicionado.
Con el poeta
cubano Eliseo Diego
Recién
llegado a México, donde García Márquez ha vivido muchos años de su vida, se
dedicó a escribir guiones de cine y durante dos años (1961-1963) publicó en las
revistas La Familia y Sucesos, de las cuales fue director. De sus intentos
cinematográficos el más exitoso fue El gallo de oro (1963), basado en un cuento
del mismo nombre escrito por Juan Rulfo, y que García Márquez adaptó con el
también escritor Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso
de Novela Colombiana con La mala hora.
La
consagración
Un día de
1966 en que se dirigía desde Ciudad de México al balneario de Acapulco, Gabriel
García Márquez tuvo la repentina visión de la novela que durante 17 años venía
rumiando: consideró que ya la tenía madura, se sentó a la máquina y durante 18
meses seguidos trabajó ocho y más horas diarias, mientras que su esposa se
ocupaba del sostenimiento de la casa.
En 1967
apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es el tiempo cíclico, en el
que suceden historias fantásticas: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad
desmedida, levitaciones... Es una gran metáfora en la que, a la vez que se
narra la historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de
Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la
estirpe, se cuenta de manera insuperable la historia colombiana desde después
del Libertador hasta los años treinta del presente siglo. De ese libro Pablo
Neruda, el gran poeta chileno, opinó: "Es la mejor novela que se ha
escrito en castellano después del Quijote". Con tan calificado concepto se
ha dicho todo: el libro no sólo es laopus magnum de García Márquez, sino que
constituye un hito en Latinoamérica, como uno de los libros que más
traducciones tiene, treinta idiomas por lo menos, y que mayores ventas ha
logrado, convirtiéndose en un verdadero bestseller mundial.
Después del
éxito de Cien años de soledad, García Márquez se estableció en Barcelona y pasó
temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana. Durante las tres décadas
transcurridas, ha escrito cuatro novelas más, se han publicado tres volúmenes
de cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su producción
periodística y narrativa.
En una
imagen tomada en Bogotá, 1972
Varios
elementos marcan ese periplo: se profesionalizó como escritor literario, y sólo
después de casi 23 años reanudó sus colaboraciones en El Espectador. En 1985
cambió la máquina de escribir por el computador. Su esposa Mercedes Barcha
siempre ha colocado un ramo de rosas amarillas en su mesa de trabajo, flores
que García Márquez considera de buena suerte. Un vigilante autorretrato de
Alejandro Obregón, que el pintor le regaló y que quiso matar en una noche de
locos con cinco tiros del calibre 38, preside su estudio. Finalmente, dos de
sus compañeros periodísticos, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas Cantillo,
murieron, cumpliendo cierta predicción escrita en Cien años de soledad.
Premio Nobel
de Literatura
En la
madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió en México una
noticia que hacía ya mucho tiempo esperaba por esas fechas: la Academia Sueca
le otorgó el ansiado premio Nobel de Literatura. Por ese entonces se hallaba
exiliado en México, pues el 26 de marzo de 1981 había tenido que salir de
Colombia, ya que el ejército colombiano quería detenerlo por una supuesta
vinculación con el movimiento M-19 y porque durante cinco años había mantenido
la revista Alternativa, de corte socialista.
La concesión
del Nobel fue todo un acontecimiento cultural en Colombia y Latinoamérica. El
escritor Juan Rulfo opinó: "Por primera vez después de muchos años se ha
dado un premio de literatura justo". La ceremonia de entrega del Nobel se
celebró en Estocolmo, los días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo después,
disputó el galardón con Graham Greene y Gunther Grass.
Dos actos
confirmaron el profundo sentimiento latinoamericano de García Márquez: a la
entrega del premio fue vestido con un clásico e impecable liquiliqui de lino
blanco, por ser el traje que usó su abuelo y que usaban los coroneles de las
guerras civiles, y que seguía siendo de etiqueta en el Caribe continental. Con
el discurso "La soledad de América Latina" (que leyó el miércoles 8
de diciembre de 1982 ante la Academia Sueca en pleno y ante cuatrocientos
invitados y que fue traducido simultáneamente a ocho idiomas), intentó romper
los moldes o frases gastadas con que tradicionalmente Europa se ha referido a
Latinoamérica, y denunció la falta de atención de las superpotencias por el
continente. Dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su posición
frente a las Américas, y se han quedado tan sólo con la carga de maravilla y
magia que se ha asociado siempre a esta parte del mundo.
Sugirió cambiar ese
punto de vista mediante la creación de una nueva y gran utopía, la vida, que es
a su vez la respuesta de Latinoamérica a su propia trayectoria de muerte.
El discurso
es una auténtica pieza literaria de gran estilo y de hondo contenido
americanista, una hermosa manifestación de personalidad nacionalista, de fe en
los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso
con Latinoamérica, convencido desde siempre de que el subdesarrollo total,
integral, afecta todos los elementos de la vida latinoamericana. Por lo tanto,
los escritores de esta parte del mundo deben estar comprometidos con la
realidad social total.
Con motivo
de la entrega del Nobel, el gobierno colombiano, presidido por Belisario
Betancur, programó una vistosa presentación folclórica en Estocolmo. Además,
adelantó una emisión de sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el
pintor Juan Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo
Angulo, a propósito de la cual el Nobel colombiano expresó: "El sueño de
mi vida es que esta estampilla sólo lleve cartas de amor".
Desde que se
conoció la noticia de la obtención del ambicionado premio, el asedio de
periodistas y medios de comunicación fue permanente y los compromisos se
multiplicaron. Sin embargo, en marzo de 1983 Gabo regresó a Colombia. En
Cartagena lo esperaban doña Luisa Santiaga Márquez de García, en su casa del
Callejón de Santa Clara, en el tradicional barrio de Manga, con un suculento
sancocho de tres carnes (salada, cerdo y gallina) y abundante dulce de guayaba.
Después del
Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura nacional,
latinoamericana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes temas ejercieron
fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria Trujillo (1990-1994),
junto con otros sabios como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y el
historiador Marco Palacios, formó parte de la comisión encargada de diseñar una
estrategia nacional para la ciencia, la investigación y la cultura. Pero,
quizás, una de sus más valientes actitudes ha sido el apoyo permanente a la
revolución cubana y a Fidel Castro, la defensa del régimen socialista impuesto
en la isla y su rechazo al bloqueo norteamericano, que ha servido para que
otros países apoyen de alguna manera a Cuba y que ha evitado mayores
intervenciones de los estadounidenses.
Tras años de
silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de sus memorias,
Vivir para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su vida. La
publicación de esta obra supuso un acontecimiento editorial, con el lanzamiento
simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los países
hispanohablantes. En 2004 vio la luz su novela Memorias de mis putas tristes.
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